Juan Nepomuceno Neumann
Carta para conmemorar el 200 aniversario del nacimiento
Queridos Cohermanos, Hermanas y Laicos Asociados:
¡Saludos en nombre de Jesucristo que nos llama a predicar el Evangelio siempre de forma nueva y nos envía con alegría a los más abandonados y pobres!
Les escribo esta carta para conmemorar el 200 aniversario del nacimiento de Juan Nepomuceno Neumann. Nació el 28 de marzo de 1811 en Prachatitz, Bohemia. Pablo VI, en su homilía del día de la beatificación de Juan Nepomucene Neumann, resumió su vida en unas pocas pero significativas palabras:
Estuvo cerca del enfermo, se sentía como en casa con los pobres, era amigo de los pecadores, y hoy es la gloria de todos los inmigrantes; y, desde la perspectiva de las bienaventuranzas, es el símbolo de la culminación cristiana.
Les invito a cada uno de ustedes, en el contexto del llamamiento que hizo nuestro último Capítulo General, a recordar y a celebrar durante este año el don que Dios hizo a la Iglesia y a la Congregación en la vida de este egregio Redentorista, gloria de todos los inmigrantes.
El XXIV Capítulo General nos retó a responder a la realidad de nuestro tiempo del movimiento de masas de los pueblos al tiempo que a revisar nuestras prioridades apostólicas. Cuando el XXIV Capítulo General reflexionaba sobre este tema en sesión plenaria, nuestro Superior General, P. Joseph Tobin, comentó que los Redentoristas tienen en San Juan Neumann un excelente e inspirador patrono y modelo de cara al ministerio pastoral entre los inmigrantes. Él mismo fue un inmigrante. Llegó a los Estados Unidos precisamente para trabajar con y entre los inmigrantes.
Juan Neumann fue muy consciente de su vocación misionera. Él firmaba sus primeras cartas a casa como “John Nep. Franz Neumann, Missionary”. Indagó y pensó, además, en una propuesta de Sociedad de Misioneros que, por otra parte, nunca llegó a nacer.
Una vez establecido en Estados Unidos, se sentía enteramente como en casa con los abandonados y con los pobres inmigrantes que encontraba a su paso. Se daba totalmente a ellos acompañándolos y sirviéndolos con amor. Era consciente de las necesidades que padecían y de su hambre espiritual. Él sabía por experiencia personal lo que era ser un inmigrante en Estados Unidos: llegar al puerto de Nueva York sin nadie que le diera en el muelle la bienvenida, sin un lugar donde pasar la noche, y casi sin dinero en el bolsillo. ¡Él no tuvo siquiera la seguridad de que sería bien recibido por el Obispo y aceptado a las órdenes sagradas! Su experiencia refleja la experiencia de otros innumerables inmigrantes que se dirigían a lo desconocido para establecerse en otra parte, que llegaban sin previo aviso y que, con frecuencia, no eran bienvenidos a tierras extranjeras.
Juan Neumann dejó su tierra natal en febrero de 1836, y sólo diecinueve años después volvió a ella de paso. Echaba de menos a su familia y a su hogar. Algunas de sus cartas muestran una gran añoranza por tener noticias de Bohemia puesto que la comunicación entonces era muy difícil. En 1851, quince años después de estar en Estados Unidos, escribía a su padre: “no pasa día que no me vea a mí mismo sintiendo algo de añoranza por estar en casa de mi padre y entre mis queridos parientes y amigos, pero no me he arrepentido jamás de haberme dedicado a la Misión en América”.
La realidad de la emigración e inmigración hoy día es, sin duda alguna, diferente a la de la época de Juan Neumann. Pero el reto misionero sigue siendo fundamentalmente el mismo. Esto ha hecho que hayamos aprendido de Juan Neumann algunas lecciones muy importantes que arrojan luz sobre nuestra situación actual.
Una vida de entrega misionera es una llamada de Dios que se recibe a través del abandonado y del pobre. Ahora bien, como mejor se entiende esta llamada y como nuestra respuesta llegará a ser más auténtica es si estamos cerca de quienes nos llaman. La simiente de esta vocación pudo haberse sembrado en nosotros cuando todavía estábamos a una cierta distancia de nuestro destino vocacional. Pero la vocación, en sí misma, irá creciendo y madurando si vivimos cerca de aquellos a quienes hemos sido enviados. Nuestra vocación incluye ambas cosas: evangelizar y ser evangelizados por los pobres. Seguimos creciendo y aprendiendo cuando caminamos junto al pobre. La vida de entrega misionera nos llama a ir más allá de nuestros lugares de sosiego al tiempo que nos abre nuevos horizontes, nos impulsa a aceptar los necesarios sacrificios, y a afrontar complicados desafíos.
Una vida de entrega misionera no nos va a poner necesariamente en el foco de atención de los demás. Nos llama, más bien, a explorar nuevas vías y formas de anunciar el Evangelio; a menudo al borde de la sociedad y en sus márgenes. ¡El misionero Redentorista no es sólo un eficaz y dinámico predicador en el púlpito! Los misioneros Redentoristas trabajan también en los callejones y en los barrios marginales, en las zonas rurales y en las ciudades, dondequiera que se encuentren el abandonado y el pobre.
Aunque Juan Neumann creció en un hogar de habla alemana y aprendió el checo durante sus estudios, él sabía que estas lenguas no serían suficientes para prepararlo a una vocación misionera. Si bien trabajó principalmente con los inmigrantes de habla alemana, él sabía que necesitaría el inglés y creía también que le sería muy útil el aprendizaje del francés. Aprendió, además, el italiano impresionado por la belleza del idioma y consciente de que podría resultarle útil para su trabajo misionero.
Juan Neumann fue también consciente de que iba a serle útil igualmente contar con una formación cultural más amplia de aquella que su propio país podía ofrecerle. Dicha formación podría prepararlo para la complejidad cultural que iba a encontrar en los Estados Unidos, una nación de inmigrantes de numerosas culturas. Sintió que necesitaba un mundo más amplio a fin de ensanchar su propia perspectiva y abrirle a una experiencia más rica, a una visión más clara de la vida; en otras palabras, a una más amplia visión contemplativa. Actualmente, cuando la Congregación se prepara para una mayor colaboración y reestructuración que traspasan los límites interiores de una determinada Conferencia y los de las propias Conferencias entre sí, nosotros mismos llegaremos a experimentar el desafío que supone el lenguaje y la comunicación, así como las dinámicas interculturales.
Los dos últimos Capítulos Generales han subrayado la importancia del aprendizaje de idiomas. Particular hincapié se hizo en ellos, en orden a la comunicación dentro de la Congregación, sobre los idiomas español, inglés e italiano. La misión nos llama a hablar fluidamente la lengua del pueblo al que servimos. El objetivo no es simplemente aprender un idioma, sino ser capaces de “inculturar” nuestra entrega misionera, ayudarnos a vaciarnos de nosotros mismos y “reestructurar” proféticamente nuestras vidas para la misión.
La formación – ambas, la inicial y la permanente - debe afrontar seriamente el reto de vivir y ejercer el ministerio intercultural. Un elemento importante de este proceso es la experiencia pastoral fuera de nuestra propia cultura, especialmente durante algún tiempo de nuestra formación inicial. La práctica de idiomas y el conocimiento de otras culturas requieren espíritu de apertura y libertad. Esta apertura, por otra parte, exige iniciativa y compromiso personal así como oportunidades estructuradas dentro del programa de la formación permanente o continua.
A su llegada a los Estados Unidos, Juan Neumann abrazó con celo apostólico y con gran generosidad el ministerio que le había confiado el Obispo de Nueva York. Poco después de su ordenación, fue enviado a la periferia de la diócesis y encargado de la atención a varias parroquias. Las necesidades eran muchas como también lo eran las exigencias pastorales, sin contar las grandes distancias que debía recorrer cada semana. Fue entonces cuando Juan Neumann comenzó a considerar las ventajas de pertenecer a una comunidad misionera. Él estaba convencido de que una comunidad misionera podría proporcionarle mayor eficacia misionera y ofrecerle también apoyo personal. En 1839, Juan Neumann se reunió con el P. Prost, Redentorista, y comenzó a considerar su vocación a la Congregación. En 1840 partió finalmente para el noviciado redentorista.
Juan Neumann tuvo un agudo sentido de la mutua e íntima relación existente entre misión y comunidad. Su experiencia lo llevó a tener un profundo aprecio, y a darle un mayor valor, a los compromisos de la comunidad con la misión que a los proyectos individuales – especialmente para dar estabilidad a las actividades pastorales. Como Superior de la misión de Norte América hizo especial hincapié en esta dimensión comunitaria, por lo que trató de establecer buenas fundaciones en las que los cohermanos pudieran trabajar juntos.
Su experiencia de la comunidad apostólica no estuvo exenta de conflictos. Cada comunidad redentorista era por naturaleza “internacional” e “intercultural”. Los cohermanos provenían de diversas naciones europeas, lenguas y culturas. Las primeras vocaciones en Estados Unidos eran de diversa procedencia. A veces surgían dificultades personales que, en ocasiones, llevaron a los cohermanos a regresar a Europa o a abandonar la Congregación.
Él tuvo también la experiencia de ciertas desavenencias debidas al crecimiento operado en Norte América y a los cambios producidos por los gobiernos de la Congregación en Europa. Cuando aún no se había creado la Provincia Norteamericana, que se erigió en 1850, la responsabilidad de la Misión de Estados Unidos pasó de depender de Bélgica a estar a cargo de Austria. Esto llevó a veces a conflictos tanto de enfoque como de mentalidad con la “Provincia Madre”.
Juan Neumann se dio cuenta de que las estructuras y las comunidades necesitaban renovarse para garantizar un constante y eficaz ministerio pastoral. Por la misma razón, los cohermanos también estaban necesitados de conversión y de renovación. El 30 de enero de 1850 escribió en una carta dirigida a Francisco Javier Seelos:
Nuestro gran error es que nos dejamos engañar por el espíritu de astucia mundana, por el deseo de fama y por el amor a la comodidad. Debemos luchar contra la tentación de hacer de las cosas espirituales un medio de medro temporal. Los principios de la fe desaparecen de nuestros corazones a medida que permitimos que los principios del mundo nos invadan. Ponemos nuestra confianza no en Dios sino en nuestra propia inteligencia y experiencia. Esto, mi querido Padre, en mi opinión, es la causa de la infelicidad.
Como el Mensaje del XXIV Capítulo General nos recuerda: “Cuanto más radical sea nuestra conversión tanto más radical y profética será nuestra Vita apostólica”. Esta conversión nos llevará a buscar, en lugar de la comodidad personal o comunitaria, acompañar al abandonado y al pobre. La conversión radical agranda nuestra perspectiva de forma que podamos llegar a ver como Dios ve. Ver como Dios ve está reflejado en el cometido bíblico del profeta que proclama tal visión. Esta mirada contemplativa nos llevará igualmente a dar testimonio del Reino de Dios y a ser sus testigos, no sólo como individuos, sino y sobre todo, en cuanto comunidad misionera. De esta forma encarnaremos más plenamente el tema del presente sexenio: predicar el Evangelio siempre de forma nueva: renovada esperanza, renovados corazones, renovadas estructuras para la misión.
Cuando uno estudia la vida de San Juan Neumann, es imposible no quedar impresionado por su disponibilidad para la misión. Incluso durante su noviciado predicó misiones y fue enviado a diferentes comunidades como respuesta a las apremiantes necesidades pastorales de su tiempo. En cuanto cohermano, Neumann se puso personalmente a disposición de los demás por el bien de la misión. Él siempre estuvo dispuesto a aprender y a utilizar cualquier medio necesario para poder predicar el Evangelio de forma nueva.
En la disponibilidad de San Juan Neumann para la misión, los Redentoristas encuentran un modelo para vivir los principios de la reestructuración que adoptó el XXIV Capítulo General:
Principio 2: “La Reestructuración para la Misión debe estimular un nuevo despertar de nuestra Vita apostolica. Debe provocar una nueva disponibilidad para la misión.” Esta disponibilidad para la misión, tan evidente en la vida de Juan Neumann, debe ser cultivada y promovida en nuestra Vida Apostólica de nuestros días, como esencial a nuestra vocación profética y misionera.
Principio 3: “La Reestructuración para la misión debe buscar y acompañar a los más abandonados, especialmente los pobres.” La disponibilidad misionera nos llamará a reexaminar nuestras prioridades apostólicas, siempre con la preocupación pastoral por los que sufren a causa del movimiento de masas de los pueblos y el tráfico de personas.
Como Neumann, estamos llamados a aprender a predicar el evangelio siempre de forma nueva. El tema de este sexenio está inspirado en una frase de San Clemente Hofbauer. Es importante recordar que la misión y apostolado de San Juan Neumann están en continuidad con el espíritu y el ejemplo de San Clemente, a pesar de que nunca se encontraron. Como ambos, debemos estar abiertos a nuevos métodos de evangelización, a nuevas experiencias y a nuevos idiomas si es que queremos interiorizar el tema del sexenio y hacerlo en su doble vertiente, de forma personal y en cuanto comunidades apostólicas. Sobre todo, necesitamos hacer nuestro el espíritu de disponibilidad misionera de Neumann.
No sorprende que sólo un año después de su llegada a los Estados Unidos, Neumann sintiera la necesidad de evangelizar a los “indios”, la población nativa que a menudo vivía no sólo en la pobreza, sino también alejada de la sociedad de América del Norte que estaba entonces dominada por los inmigrantes europeos. Y es que el movimiento de masas de los pueblos afectaba no sólo a los que habían emigrado y a las familias y amigos que quedaron atrás. Tenía también un impacto significativo en las poblaciones indígenas o aborígenes de los Estados Unidos, demasiado frecuentemente oprimidas y excluidas de la nueva sociedad que iba tomando forma, mientras se invadían sus territorios y se las empobrecía. El ministerio pastoral de Neumann entre los inmigrantes hizo que sus ojos se abrieran a las poblaciones indígenas que habían sido desplazadas y que, a menudo, vivían en la pobreza. Su deseo de atender a los pueblos de numerosas civilizaciones fue ensanchándose hasta superar los límites de las diferentes culturas europeas de los inmigrantes que, en un primer momento, fueron sus feligreses; llegó a abarcar, de hecho, a todos los que sentían el abandono, la marginación y la pobreza. Sin embargo, en 1840 Neumann pensó que había una necesidad pastoral más urgente entre la población inmigrante, por lo que optó, en consecuencia, por dicha misión.
Juan Neumann admiraba muchos de los principios en que se fundaba la joven democracia de los Estados Unidos. Él apreciaba también las oportunidades que se abrían a los inmigrantes pobres, muchos de los cuales huían de la opresión y de la pobreza de sus propios países de origen. Sin embargo, se dio cuenta enseguida de que había otros elementos que estaban actuando en la sociedad y que él no podía tolerar. Tuvo una serie de disputas con laicos ricos sobre las parroquias, escuelas y propiedades. También se encontró con los prejuicios de los ciudadanos que habían formado parte de la colonización anterior y que ahora querían negar a los nuevos inmigrantes – especialmente a los católicos – los derechos y libertades cuyos antepasados habían apreciado cuando por primera vez llegaron a América del Norte.
El XXIV Capítulo General nos ha recordado que la conversión misionera nos llama a profundizar nuestra reflexión sobre la cultura. “Somos misioneros, provenientes de diferentes culturas, que se unen para formar comunidades basadas en la fe en Jesucristo. Esta fe lleva a los Redentoristas de hoy a valorar y a abrazar las culturas de los demás, a reconocer al mismo tiempo las limitaciones culturales y a dar testimonio contracultural, donde sea oportuno” (Decisiones, 1,4).
Sin importar la edad o la procedencia, en el mundo de hoy tenemos que entablar un diálogo con pueblos, culturas y tradiciones muy diferentes a las nuestras. Esto nos desafía, como desafió en su tiempo a Juan Neumann, a salir de nuestro provincialismo y localismo, incluso cuando no estamos seguros de a dónde nos llevará esto.
Me agradaría, a continuación, sugerir a la Congregación hoy algunas conclusiones prácticas para honrar la memoria de San Juan Neumann incorporando las dimensiones de su espíritu a decisiones concretas.
En el espíritu de entrega misionera de San Juan Neumann, insto a todas las Conferencias y Unidades a considerar un proyecto pastoral concreto, al menos, para responder a las necesidades de los afectados por el movimiento de masas de los pueblos. Tal proyecto pastoral bien podría convertirse en un contexto ideal para una comunidad internacional. En todo caso, debe enviarse al Gobierno General información sobre tales decisiones y planes de las Conferencias y Unidades.
Los Secretariados de Formación de las Provincias y de las Conferencias deben examinar sus propios programas de formación inicial y continua para garantizar que en ellos se incluyan tanto el entrenamiento en diferentes culturas como la formación en materias culturales y de interculturalidad, el aprendizaje de idiomas, especialmente español, inglés e italiano, así como también el de otros idiomas útiles y necesarios para la misión, el estudio y la integración de la obediencia y de la entrega misionera como elementos clave de nuestra identidad redentorista en la forma como la propone el Padre Tobin en su Carta a los Cohermanos (8 de septiembre de 2009 - en Analecta C.Ss.R. 2008-2009, pp. 170-200 en inglés, y pp. 201-233 en español).
Algunos han dicho que Juan Neumann fue un hombre muy común y corriente que ejerció el ministerio normal de forma extraordinaria. Cosa que bien puede ser cierta. Él no trató de atraer la atención sobre sí mismo; habitualmente se mantenía en la sombra. Ahora bien, su gran normalidad significa que él es un cohermano con el que la mayoría de nosotros puede fácilmente relacionarse. Sin embargo, Juan Neumann hizo las cosas ordinarias con extraordinario amor y con extraordinaria entrega. Creo que en esto consiste toda la diferencia. Tanto entonces como ahora.
En conclusión, me gustaría recordar las palabras de una carta del P. Joseph Tobin escritas con ocasión del vigésimo quinto aniversario de la canonización de Juan Neumann (11 de abril de 2002):
En una época en la que la espiritualidad se propone a veces como un estricto viaje introspectivo al interior de uno mismo, San Juan nos recuerda que la atención al pobre y al olvidado es un claro itinerario hacia Dios. Y, frente a un espíritu que nos impulsa a consumir y a poseer, el santo nos aconseja viajar con poco peso, lo que indica que la simplicidad hace el peregrinaje de la vida más alegre.
Cuando en este 2011 celebramos el 200 aniversario del nacimiento de Juan Neumann, que el ejemplo de su vida nos inspire y nos estimule a todos. Sobre todo, que su espíritu continúe encontrando eco en nuestro espíritu y que ¡renueve nuestra esperanza, nuestros corazones y nuestras estructuras a fin de que podamos continuar predicando el Evangelio siempre de forma nueva!
Su hermano en el Redentor,
Michael Brehl, C.Ss.R.
Superior General
Roma – 28 de marzo de 2011