MENSAJE DE NAVIDAD DEL SUPERIOR GENERAL
MICHAEL BREHL, C.SS.R.
MICHAEL BREHL, C.SS.R.
Navidad 2010
Queridos Cohermanos, Hermanas, Socios y amigos:
Adviento, un importante tiempo de anhelo y esperanza, está a punto de terminar. Nos acercamos a los últimos días de preparación a las fiestas de Navidad. En las últimas cuatro semanas, las lecturas bíblicas proclamadas en la liturgia nos han hablado de la visión de Dios de un mundo renovado. El desierto florece, los pobres encuentran alimento para el cuerpo y el espíritu, los ciegos ven y los cojos andan. Hemos oído hablar de la luz que brilla en las tinieblas, de espadas que se truecan en arados y de lanzas que se convierten en instrumentos de cosecha.
Más aún, Dios sueña con un mundo en el que nadie se prepara para la guerra y todos están desarmados. Dios anhela un mundo en el que las gentes se sientan juntas a la mesa y en el que toda lágrima se ha secado. Dios promete un mundo en el que reine la justicia y sea el amor el que una a todas las gentes de cualquier raza, lengua, credo y forma de vida. El león y el cordero dormirán juntos y un niño pequeño los guiará. Dios habla al mundo en imágenes y con un lenguaje de esperanza que mueve el corazón humano.
La Navidad celebra la Encarnación, al Emmanuel, «Dios-con-nosotros». La Palabra de Dios se encarna, se hace humana. Como el Papa Benedicto XVI nos recuerda en la Verbum Domini: «Dios ha "abreviado " su Palabra... la Palabra eterna se ha hecho pequeña – tan pequeña que cabe en un pesebre. Se ha hecho niño a fin de que podamos percibirla. Ahora, la Palabra no sólo es audible, no sólo tiene voz, ahora la Palabra tiene un rostro, un rostro que podemos ver: Jesús de Nazaret » (n. 12). Estas palabras del Papa son un eco de las meditaciones de San Alfonso sobre el misterio que celebramos en Navidad.
Cuando contemplamos al niño de Belén se nos invita a ver el mundo tal como Dios lo ve, y a esperar que el sueño de Dios, su anhelo y su promesa se cumplan. El nacimiento de este Niño, como el nacimiento de todo niño, es un poderoso signo de que Dios sigue esperando, soñando en cumplir su promesa de un mundo nuevo.
Cuando celebramos el nacimiento del Niño de Belén caemos en la cuenta de que, en Jesús, Dios experimenta el mundo como nosotros. Jesús tuvo la experiencia del hambre y del frío, de la alegría y de la familia, del dolor y de la tristeza, del éxito y del fracaso. Jesús se compadece de los abandonados y los pobres porque llevó la experiencia humana dentro de su propia carne. La compasión requiere cercanía. Como Emmanuel, «Dios-con-nosotros, Jesús es verdaderamente la compasión de Dios hecha carne.
La Encarnación que celebramos en Navidad no es sólo la Palabra que se hizo carne en el vientre de María y entró en la historia humana en la persona de Jesucristo. Celebramos que esta misma Palabra de Dios se hace carne hoy día en nosotros y en la comunidad. El Verbo Encarnado sigue actuando en la historia humana, aquí y ahora. Al convertirse en nuestro hermano, Jesús nos une de una forma más íntima a la familia de Dios así como mutuamente entre nosotros unos con otros. Puesto que la Palabra continúa haciéndose carne en nosotros, nos reconocemos mutuamente como hermanos y hermanas. ¡Este reconocimiento lo cambia todo!
Para San Alfonso, este reconocimiento supuso igualmente el reconocimiento de que los abandonados y los pobres eran sus hermanos y hermanas que lo llevaron a su asombrosa conversión. Al ver a los pastores y cabreros de las alturas de Scala, se movió a compasión. Alfonso respondió dejando Nápoles y dando su vida por llevar la abundante Redención a los pobres abandonados a quienes abrazó como hermanos y hermanas.
El misterio de la Navidad nos enseña que la compasión no es esa piedad que mira a los más necesitados desde arriba, desde una posición de fuerza y superioridad. Al contrario, la compasión es el reconocimiento de nuestra común vulnerabilidad que responde a través del amor a situaciones concretas. Dios responde a través de la Encarnación: Jesús abraza nuestra humanidad y nuestra mutua vulnerabilidad y trae la Buena Nueva a los pobres. Creo que ésta es la razón de que la devoción al Niño Jesús fuera tan importante para Alfonso. En el Niño de Belén reconoció la vulnerabilidad de Dios que comparte nuestra humanidad a fin de redimirnos. Siguiendo a Jesús, y abrazando nuestra mutua vulnerabilidad junto a la suya, también nosotros estamos llamados "a evangelizar y a ser evangelizados por los pobres". Como la Constitución 19 nos recuerda, "todo el que sigue a Cristo, hombre perfecto, se hace más humano". En este espíritu, buscaremos y encontraremos nuevas formas de llevar la Buena Nueva a los abandonados y a los pobres.
En cada Navidad Dios nos invita a soñar, a esperar, y a ver el mundo a través de los ojos del Redentor. ¡Que en la celebración de esta Navidad Dios renueve nuestra esperanza y nuestros corazones, y nos colme de alegría a fin de que podamos predicar el Evangelio siempre de forma nueva!
Les deseo una feliz y alegra Navidad así como toda suerte de bendiciones en el Año Nuevo,
Michael Brhel, C.Ss.R.
Superior General.